
Este niño que fue criado en el seno de
una familia creyente, poseedores de una gran fe, y profesando la religión
católica, fue creciendo lleno de bondad, y enseñándose en ese noble trabajo de
hacer producir el campo mexicano, oficio a que se dedicaba toda su familia, y
siguiendo con la costumbre de la época, se casó muy joven, en 1790 con María de
Jesús Topete y se van a vivir a la Hacienda de su abuelo el señor Diego de
Arriola en Santa Rosa, en donde radicaron toda su vida.
Llevaba Don Antonio una vida tranquila en la hacienda, que al morir su abuelo pasó a sus manos, dedicado por entero a la vida sencilla del campo, infundía a su familia y sus peones el fervor religioso al que estaba acostumbrado; cuando se iniciaban las siembras siempre recorrían sus propiedades rezando el santo rosario y nunca fallaban los domingos y fiestas de guardar a la capilla de San Cristóbal para asistir a misa.
Estos son los antecedentes de Don Antonio, hombre muy conocido y estimado en toda la región, dice la leyenda que ha sido transmitida de generación en generación, que en el año de 1814, Don Antonio que siempre viajaba a caballo de Santa Rosa a San Cristóbal tenía que pasar cerca de un mezquite que tenía una rama baja, y cada vez que pasaba dicha rama le tumbaba el sombrero, con las consiguientes molestias, por fin Don Antonio cansado de ese inconveniente decidió cortar la rama para dejar libre el camino, y en su siguiente viaje se llevó la herramienta necesaria para tal propósito.
Ese día Don Antonio se fue más temprano
que de costumbre, quería terminar su trabajo y volver pronto a su finca,
desmontó al pie del mezquite, y se dispuso a efectuar su tarea, le dio un fuerte
“machetazo” a la rama, y se quedó muy sorprendido al ver brotar de la herida de
la rama un líquido rojo, parecido a la sangre, y su asombro aumentó al ver el
tronco del mezquite y observar la silueta de una cruz, que le hizo persignarse y
comenzó a rezar, y de pronto oyó una dulce voz que le decía: “No te
asustes, no te va a pasar nada”, a lo que contestó Don Antonio:
“Voy por un sacerdote para que vea esto”, y la voz le contestó:
“No, no te vayas ahora, hasta que yo te lo diga, llévame a la Hacienda
pero no me hagas capilla, me colocas en una galera, porque cuando tú mueras, me
vas a entregar al templo”.
Procedía Don Antonio, estrictamente de
acuerdo a las instrucciones que le dio la voz, en compañía de sus peones de más
confianza, cortó el tronco y llevó la cruz de mezquite a su Hacienda, y la
colocó en una de sus trojes, procediendo a seguir su vida como de costumbre; a
la semana de tener la cruz en su casa, pasó por su Hacienda un desconocido que
solicitaba trabajo como tantos otros que pasaban por ahí, Don Antonio quedó
complacido con el recién llegado ya que tenía una apariencia dulce y abnegada,
lo acomodó en las camas de los peones y le dio trabajo, a los días de estar en
Santa Rosa el desconocido, vio la cruz en la troje y le dijo a su patrón que
para qué quería este tronco de mezquite, a lo que Don Antonio le contestó:
“Quiero buscar un artesano, para que me labre un Cristo en ese
tronco”, el desconocido le dijo: “Mire patrón, yo trabajé antes
con un maestro escultor muy bueno, que me enseñó el oficio, si quiere yo le hago
el Cristo”, Don Antonio que sabía lo difícil que era encontrar un
maestro en esos rumbos, accedió de inmediato, diciéndole que le asignaría un
cuarto especial para que pudiera trabajar sin ser molestado.
Don Antonio dejó que pasaran varios
días, y como estaba lleno de trabajo se olvidó del escultor, a los diez días se
dijo que ya era tiempo de echarle una vuelta, llegó a la troje y miró que la
obra estaba concluida, se veía un Cristo hermoso y bien proporcionado, quedó muy
complacido de haber contratado a ese hombre, le habló a su capataz y le dijo:
“Busca al muchacho quiero felicitarlo”, le contestó el capataz que
nadie lo había visto desde el día que llegó, había hecho un limpio trabajo, se
había marchado, y no se le había pagado, y ni a dónde buscarlo, pensó Don
Antonio.
Los habitantes de Santa Rosa, devotos
como eran, empezaron a venerar la imagen del Cristo de mezquite, y de pronto la
admiración se extendió a las Haciendas y ranchos vecinos, que dieron en llamarle
“El Señor del Mezquite”.
Pronto le llegó la noticia al Señor Cura
de San Cristóbal, los milagros del Señor del Mezquite aumentaban, habló con Don
Antonio y trató de convencerlo para que le permitiera llevar la santa imagen a
la capilla de San Cristóbal, para que fuera venerada en un lugar más apropiado,
pero Don Antonio no accedió; entonces el Cura le pidió que al menos la llevara
para las festividades anuales, no queriendo ser descortés Don Antonio aceptó esa
petición y así empezó una tradición, que duró muchos años, el Señor del Mezquite
siempre presidía las festividades de la Hacienda de San Cristóbal.
Esta costumbre continuó de San Cristóbal
a Unión de Tvla una vez que fue fundada en 1821, y para unas fiestas del año de
1848, el párroco decidió que la imagen no regresara a Santa Rosa y que se
quedara permanentemente con ellos, para que el creciente pueblo pudiera
venerarlo todo el año, Don Antonio no estuvo de acuerdo y le pidió al Cura que
se lo devolviera, pero el Cura fue terminante, la imagen se quedaría en Unión de
Tvla; Don Antonio se regresó a su Hacienda, pero iba tan triste y desconsolado,
que al llegar al potrero de los zanjones, cayó muerto, se cumplió así la
profecía que le había hecho la cruz.
En los primeros años de este siglo,
vinieron a la parroquia de Unión de Tvla, unos misioneros, quienes se enteraron
de los milagros hechos por el Señor del Mezquite, y después de investigarlos y
comprobarlos dieron la propuesta de que la Santa imagen fuera conocida con el
nombre de SEÑOR DE LA MISERICORDIA, nombre con que hasta la fecha se le
conoce.
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